Desde siempre, ese niño, decidió despertarse entre la
oscuridad y sentarse en el jardín, mirando el Cielo con fuerza. Entrecerraba
los ojos, fruncía el ceño y apretaba los dientes hasta que veía (y creía) como
poco a poco daba resultado y despacio, como quien teme una macana, el Sol se
iba asomando tras la esbelta figura de aquel paredón. Así todas las mañanas.
Hasta que un día aquel niño, ya hecho hombre no despertó. Y el mundo quedó así
en eterna oscuridad.
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